Somos máquinas solteras

1.
Somos máquinas solteras. También nos llaman el Círculo de los Grandes Deseantes. Nos encontrarán en la brecha entre las palabras, entre los objetos, así como en los espacios y visualizaciones formados por toda asociación de ideas. A partir de nuestra lectura del mundo, damos forma a una producción: de obras como de palabras, de actos como de fantasmas, jamás desprendido el pensamiento del afecto y de los altos hornos donde se ha forjado. Nuestro impulso es tan potente como nuestra melancolía, y somos constantemente el foco de fuerzas contradictorias. Buscamos la verdad, si acaso no el sosiego; una manera de existir que tiene tal vez algo que ver con la novela. No funcionamos sin amores, sin estar arrebatados Ellos son nuestros dobles, aquellos cuya palabra y cuya mirada nos atestiguan, nos hacen acceder a la potencia de existir.

2.
Somos máquinas solteras. A veces nos llaman también los Gramáticos. Creamos sistemas que nos crean, a los que nos sometemos, liberados. Añadiendo sentido a los objetos —bautistas de simbolismos—, superponemos diferentes planos hasta que se convierten en un breve collar de temas, cada uno con su cosmogonía engastada. Los montamos en secuencias tanto como en espacios, para que pueda desplegarse su desarrollo. Nuestros sistemas nos son propios, articulados alrededor de figuras y de signos compartidos, retoños de mundos a partir de los cuales se hace posible comunicar. Creemos en el arte y en la literatura y en su capacidad de unirnos.

3.
Somos máquinas solteras. Somos, cada uno, una profunda alteridad, sintaxis única y singular de cuanto nos ha atravesado, obra de nuestras emociones desde aquella emoción primera. Nos negamos a vivir sin belleza, sin creencias ni objetos cuya armonía y cuyo sentido nos son dados por los reflejos. Trabajamos en estado de gracia y cincelamos lo real por sus superposiciones. Cíclicamente, lo re-enunciamos, moldeando nuevas formas de organismos, de posibilidades de ficción. Nos concordamos, establecemos intercambios y circulaciones, sobre la base de nuestras propias gramáticas y nombres. Somos combatientes. Nos determinamos.

4.
Somos máquinas solteras. No deseamos otra cosa que el inabarcable absoluto, esa intensidad, bordeada y que bordea, tan delicada como plena, donde la alegría deja de ser tan sólo el juego de instantes suspendidos. Somos el movimiento de nuestro impulso hacia ella, un bucle de energía cuyos límites se reajustan sin cesar, dejándonos a veces en la más completa desnudez. Nos llaman también los Aspirantes, en tanto medimos el mundo por la escala de nuestros sueños, llevados por la respiración y su ritmo sostenedor. Lo volvemos tan portátil como inmensamente grande, y lo reconstruimos con paciencia, valerosamente.

5.
Somos máquinas solteras. Desde nuestras recámaras secretas, nada que comunicar se nos ha dado. Sin embargo, nos reunimos con la esperanza de una comunión, de una creencia compartida. Si la decepción nos amenaza todo el tiempo, somos seres de estratagema, sabemos evitarla. A veces nos llaman los Mecánicos: ensamblamos sintaxis como maquinarias que permiten amortiguar lo real. Es que nuestra materia es ante todo tierna y frágil, una superficie sensible, erizada de necesidad. Al contacto de los otros, la damos vuelta, ofreciendo su cara lisa, a veces resquebrajada en intensas emociones. Sin embargo, no abandonamos nunca la idea de una nación más amplia.

6.
Somos máquinas solteras. Somos los objetos de nuestras emociones, la suma de los ciclos de nuestros estados y de las preguntas encauzadas en su estela. Combatimos la incomprensión, el nihilismo, el abandono. Nos arrancamos a la duda, animados por una voluntad, y procuramos acceder a lo que se nos dice y que está se halla de nuestro alcance. Nos tensamos: exigentes, somos una fuerza de realización. Nuestra voluntad, llevada por el afecto, no conoce límite alguno, liberando una potencia apenas sospechada. Mediante el esfuerzo, así esculpidos, nos afirmamos, erguidos y enteros. Entonces es posible sostener nuestra mirada, y nuestro secreto de ser, en toda su debilidad, puede ser explorado de muy cerca.

7.
Somos máquinas solteras. No sabemos nunca en qué estado se encuentran nuestras relaciones, lo que otorga su función al imaginario y a la capacidad creadora, en su dimensión nocturna. Nos conducimos los unos a los otros, a la vez como límites y como objetos de fusión. Reflejados, nos deslumbramos, dando sentido y superficie a nuestras exploraciones. Por serpenteos, por bucles y comparaciones, con el doble del otro montando guardia, nuestras geografías se invierten y descubren sus tierras raras. Tanto coleccionamos lugares como emociones y violencias, sosiegos no menos que teatros, enteros en nuestras proyecciones. A veces nos llaman los Maquinistas. Nosotros no nos damos ningún nombre.

8.
Somos máquinas solteras. Por rebotes sobre terceros y sobre objetos, lentamente nos deletreamos, lo inefable develado por sus bordes y sus sesgos. Nos llaman los Transportados: abolimos el espacio y el tiempo en el estado de pensamiento. La historia, en tales instantes, se vuelve un desarrollo de edades superpuestas. Buscamos la esencia, la matriz misma del secreto, el lugar donde la energía se duplica y permite todos los accesos. Nos deslizamos, anidados, en sus manifestaciones, sujetos a intensas emociones dispuestas a arrebatarnos. Vivimos la aceleración, los motores desenfrenados. La vida, para nosotros, tiene que poder ser de una cierta intensidad.

9.
Somos máquinas solteras. Marchamos a tracción de la ebriedad de funcionar. Giramos alrededor de nuestros objetos, forjando sus sentidos, su carga y su destino. Escribimos, rodeándolos, su historia, así como ellos nos escriben al inscribirse en nuestra inmediatez. Nos llaman los Oblicuos: nuestros trayectos son indirectos, practicamos el sesgo. En nosotros, los libros, las imágenes y los objetos configuran y habitan nuestro atlas ilustrado. Nos paseamos entre las figuras, entre las evocaciones y sus apretados lazos. Somos, ante todo, peatonales.

10.
Y a veces nuestros circuitos crean más allá del pensamiento y del afecto, para desplegar la vida. Nuestro organismo acoge, acarrea, se redefine. Si algunas máquinas se vuelven madres, todos engendramos. A la luz de nuestros deseos, creamos permanentemente. A través de las palabras que aplicamos, de nuestras atenciones, del cuidado que podemos brindar, damos a advertir cómo existir, llevando al mundo una voluntad de hechos mágicos que le permiten multiplicarse. Trabajamos, cada día, sobre nuestra capacidad de amar.

11.
Somos máquinas solteras. Creemos en el poder del acontecimiento; de lo maravilloso, de la ternura y la belleza; en la necesidad de acercar sus estructuras a fin de encontrarnos en unas vidas más abrazadas. Creamos en los espacios de separación, por entre los cuales nos deslizamos, así como en la necesidad de imaginar. Pues es allí, en ese principado de la imaginación, donde nuestro ser permanentemente se transforma, y acaso un día verá, a su vez, transformarse el mundo.

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Marie-Pierre Bonniol / Collection Morel
2015–2016, Traducción Ariel Dilon, 2017

El texto original en francés

Texto en inglés