En general, me gusta pertenecer a sociedades que no entiendo mucho, aunque a la larga ansío saber más de ellas. Me ha ocurrido con la sin duda desmesurada y algo convulsa Orden de los Caballeros del Finnegans, festivo grupo de escritores españoles que en junio celebran la obra de Joyce en el pub Finnegans de Dalkey. Y me ha pasado también en mi trabajo como “catedrático (desconocido) de la Universidad (desconocida) de Nueva York, con sede en la librería McNally Jackson, 52 Prince Street”.
Pero si hay una sociedad de la que anhelaría tener más datos, ésta es la Orden de Refractarios al Embrutecimiento General. Hace ya años, me llegó misteriosamente a casa el carnet número cinco de esa Orden, y venía con foto y un perfecto timbrado y todo expedido por la “facción de Talmont-Saint-Hilaire”, región al noroeste de Francia. Pensé que con el tiempo los componentes de la facción terminarían por contactar conmigo. Pero nunca he sabido de ellos. No han vuelto a dar señal de vida, ni tan siquiera una mínima pulsión refractaria. A veces me quedo mirando el carnet con el mismo estupor del primer día y orgulloso, eso sí, de haberlo recibido.
Tengo en cambio más datos de la autodenominada Sociedad Europea de Autores, que me escribió el mes pasado desde París. En anteriores ediciones contaron con Javier Marías y con Jordi Puntí entre otros para confeccionar la Finnegan’s List (nada que ver con la tremenda Orden del Finnegans), una relación de libros olvidados que deberían estar más traducidos en Europa. La Orden trata de influir en las editoriales. Cada año aparece una lista nueva y para este solicitaban mi colaboración. Les envié ayer tres títulos. Uno de ellos es Maupassant y el otro, genial ensayo narrativo de Alberto Savinio. Y al elegirlo descubrí que, como libro, sólo se editó en solitario en Barcelona en 1983 en Bruguera y en cambio en Italia, su lugar de origen, fue un simple epílogo a una antología de cuentos de Maupassant.
Fue curioso y sin duda casual ver cómo ayer mismo, nada más enviar a París mi lista Finnegans me llegó del norte de Francia un largo mensaje urgente en el que me proponían que fotografiara mi sombra y la enviara en copia de alta resolución para que ésta pudiera cubrir todo el suelo de la exposición de Machines Célibataires (Máquinas Solteras) que organiza Marie-Pierre Bonniol en Nantes en febrero próximo. Se expondrán, me decía la propia Bonniol con pasmosa tranquilidad, “todo tipo de artefactos solteros y la muestra irá acompañada de coloquios sobre sociedades secretas y no tan secretas, y demás máquinas casaderas”.
Como la propuesta llega de una región vecina a Talmont-Saint-Hilaire, he enviado en alta resolución una copia falsa de mi sombra (Eduardo Berti me ha prestado la suya) y me propongo en febrero viajar allí para ver si, hallándome en la zona del misterio de los Refractarios, resuelvo el enigma de aquel viejo carnet. Sospecho que, con tanta máquina casadera suelta, no averiguaré nada y acabaré con el carnet de otra Orden que no entenderé. Pero por intentarlo no va a quedar.
– par Enrique Vila-Matas, El Pais, novembre 2015